Aarón y el papa – artesanos de la paz

Por Hugo Acosta  (Para Arminio Seiferheld, un selecto amigo, con todo mi afecto)

BUENOS AIRES – ISLAS MALVINAS – MOISÉS VILLE

11/06/82 – HORA 8:50

LLEGA A EZEIZA el avión que trae a la Argentina a Juan Pablo II. Tras besar el suelo -como signo de humildad y cariño por la tierra que visita– el pontífice es recibido por el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri y por autoridades eclesiásticas, civiles y militares. Allí mismo saluda por primera vez al pueblo argentino y en su discurso pronuncia más de cuarenta veces la palabra “Paz”, dejando en claro el objetivo de su viaje. El camino hacia la catedral metropolitana por las autopistas Ricchieri y 25 de Mayo, muestra una multitud saludando el paso del Santo Padre. El intenso frío de Buenos Aires no puede con la fe, la esperanza y la curiosidad de la gente.

En tanto, EN LAS ISLAS MALVINAS el frío es diferente, cruel y definitivo. Atraviesa las carnes, hiere hasta los huesos y arrastra los fantasmas de una inexorable derrota. La lucha entre David y Goliat anuncia la batalla final. Es cuestión de esperar bajo la lluvia, la nieve, la humedad y los vientos helados. Es cuestión de resistir sin contar con el abrigo necesario, sin el combustible indispensable, sin las municiones de artillería y en la mayoría de los casos, con un mate cocido y una rodaja de pan como todo alimento del día.

EN MOISES VILLE –un pequeño pueblo de la Provincia de Santa Fe– AARON STIFELMAN deja por unas horas su taller de talabartería, enciende la estufa en el modesto comedor y se dispone a vivir como propias las imágenes que un viejo televisor le acerca. Por las escalinatas del avión, ataviado con vestiduras pontificias desciende Karol Józaf Wojtyla, su compañero de juegos en la lejana infancia de Polonia.

11/06/82 – HORA 16

JUAN PABLO II desde su llegada aboga de manera permanente por la paz y por una solución justa en la guerra con Gran Bretaña. Lo hizo por la mañana en la catedral metropolitana, también al ser recibido en la Casa Rosada por la Junta Militar y lo repetiría por la tarde en la Basílica Nacional de Luján, ante la imagen de la Patrona de la Argentina y frente a una multitud congregada a sus puertas. Encomendó al Señor las almas de los que perdieron la vida en la guerra, le confió la salud de los hospitalizados y rogó por la paz. El Papa fue trasladado hasta Luján en tren y volvería a la Ciudad de Buenos Aires del mismo modo. Tras la misa, sería llevado hasta la estación de trenes en un Ford Fairlane blindado de la presidencia, pero Juan Pablo II sorprendió a todos al rechazar el ofrecimiento. Los vidrios polarizados obstaculizarían su decisión de estar en contacto directo con los feligreses y optó entonces por un colectivo de la Línea 501, dispuesto para trasladar a las autoridades eclesiásticas. Sentado junto al chofer, saludó a su paso a un mar de gente.

EN TANTO EN LAS ISLAS MALVINAS los británicos sumaban victorias y golpeaban las posiciones argentinas de manera permanente. La mayoría de los medios nacionales de comunicación comenzaban a moderar el optimismo. Ya no se leían títulos como ¡Desastre naval inglés!, ¡Víctoria!, ¡Vimos rendirse a los ingleses! o ¡Estamos ganando! Tampoco comenzaban a reflejar la verdad, inmersos en una oscura trama de complicidades propias y de control oficial. En Malvinas la tarde presagiaba el cercano final de la guerra y los soldados argentinos apostados en Monte Longdon, lo sabrían en unas pocas horas.

EN MOISES VILLE Aaron Stifelman no perdió un solo detalle de la vertiginosa visita de su amigo Karol y por un día completo -y por primera vez- olvidó a su taller. Cae la tarde, hace frío y su esposa Raquel comienza a preparar la temprana cena de los pueblos. No le habla, lo conoce demasiado para hacerlo. Sabe que Aaron no está allí. La mente del polaco vaga por Wadowice, su pueblo natal.  Se ve recorriendo la vieja casa paterna y el taller de su padre zapatero. Abre la pesada puerta que da a la calle Nadkailaiska y sale al sol. Dobla en la esquina, pegadito al bar aún desierto de bullicio parroquiano y en la casa siguiente, en la que está antes de la iglesia, llama por los Wojtyla. Hoy es día de pesca con amigos bajo el viejo puente.

11/06/82 – HORA 22:

JUAN PABLO II descansa. Al día siguiente “el papamóvil” lo llevará hasta Palermo, donde en el Monumento de los Españoles en un gigantesco altar, celebrará misa para más de 2 millones de argentinos.

EN MONTE LONGDON SE DESATA EL INFIERNO. En la oscuridad un batallón de paracaidistas británico avanza sigilosamente y llega hasta la posición argentina. Comienza un combate cuerpo a cuerpo con bayonetas caladas. La defensa de la posición es encarnizada, pero el resultado será para nuestros soldados de inevitable derrota. El enemigo cuenta con más hombres -debidamente comidos y descansados- más equipamiento, apoyo de fuego naval y un adiestramiento infinitamente superior. Después de diez horas de lucha, los argentinos se retiran hacia el este con un saldo en sus filas de 36 muertos y 148 heridos. Las primeras luces del día verán los Cerros Longdon, Dos Hermanas y Harriet ocupados por el enemigo. Las fuerzas nacionales están totalmente sitiadas, imposibilitadas de romper el cerco y sin esperanzas de ayuda exterior. La Guerra de Malvinas presagia un inminente desenlace. En dos días llegará la rendición y con ella la caída de un régimen que llevó al país a una guerra absurda.

EN MOISÉS VILLE el pueblo descansa, ajeno como el país todo a la masacre de Monte Longdon. Mañana los medios hablarán de un combate más en esta guerra,  pintando de la mejor manera posible el resultado. En su casa de la calle Virginia, esa noche antes de dormir, Aaron le prometió a Raquel volver a la talabartería, porque la vida sigue a pesar de la guerra y de la visita de viejos amigos.

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CINCO AÑOS DESPUÉS tuve la oportunidad de conocer a Aaron Stifelman. Fue en la primavera de 1987.

En Argentina y en el mundo algunas cosas habían cambiado y otras no tanto. Juan Pablo II seguía con su prédica incansable, nuestro país vivía en democracia y la Guerra de Malvinas había sido un hecho bisagra para poner fin a la cruenta dictadura militar.

La vida de Aaron no había cambiado demasiado junto a Raquel en la casa de la calle Virginia. Me recibió con la amabilidad con la que sólo en los pueblos se recibe a los desconocidos y en un correcto castellano con indisimulable acento no nativo, dejó en claro su orgullo de talabartero.

Entre cueros, monturas, riendas y botas me contó que en Argentina y desde muy joven aprendió el oficio. Se lo enseñó su padre, que en Polonia trabajaba día y noche fabricando botas para el ejército y más de una vez “cuando llegaba el momento de la venta, el ejército ingresaba por la fuerza al taller y se llevaba todo lo que encontraba, sin dejarnos otra cosa que la impotencia.”

“Era una vida muy dura. Las revoluciones se sucedían de manera constante y el ejército polaco saqueaba a los civiles. En las épocas más difíciles, ni siquiera durante el día nos animábamos a tener las puertas abiertas. Había gente muy pobre y con hambre. Las panaderías estaban custodiadas; a veces grupos de 300 o 400 mujeres desesperadas las saqueaban para dar de comer a sus hijos.”

Sin necesidad de insinuárselo comenzó a hablarme de los Wojtyla. “Nuestras familias eran muy amigas. Fuimos vecinos en Wadowice, que era algo así como la prolongación de la Ciudad de Cracovia, ya que estaban separadas por el río y unidas por un inmenso puente. Nosotros vivíamos en la calle Nadkailaiska 20, a doce o quince metros de la esquina en la que había un bar; a la vuelta, en la casa siguiente vivían los Wojtyla.”

La familia Wojtyla estaba integrada por los padres Karol y Emilia, y sus hijos Edmund –futuro médico a quien lo sorprendiera la muerte a los 26 años contagiado de escarlatina, en ese tiempo una enfermedad mortal-, Karol Jósef -futuro Papa- y Olga que murió siendo pequeña. Aaron recordaba de esta manera a la familia de su amigo Karol:

“Emilia, la madre, era una mujer muy dulce y la recuerdo amasando pan junto a la mía. Al padre de Karol lo recuerdo mejor; era un hombre muy alto, vestía siempre saco y gorra de cuero. Por las noches partía a hacer guardia, no recuerdo bien si su trabajo tenía alguna relación con el ejército (era un suboficial del ejército polaco. Murió durante la ocupación de Polonia por la Alemania Nazi) y durante el día hacía trabajos de albañilería. Una vez arregló una estufa en nuestra casa, todo con arcilla, en esa época no conocíamos otro material para ese trabajo.”

“Mis padres con los Wojtila eran realmente muy unidos. Nunca tuvieron problemas de ningún tipo, a pesar de que ambas familias eran profundamente religiosas, la de ellos católicos y la nuestra hebrea. Fue una época muy difícil y había necesidad de apoyarse mutuamente para subsistir. Nosotros, los niños, éramos compañeros inseparables.”

“A Karol lo recuerdo como un niño muy lindo. Desde pequeño compartía nuestros juegos. Nos acompañaba desde temprano a pescar a orillas del Río Skawa, debajo del inmenso puente.”

“Un día mis padres decidieron marcharse y el destino era Argentina, más precisamente Moises Ville, donde él tenía dos hermanas y dos hermanos que habían emigrado. Recuerdo que a los Wojtyla les pareció bien la decisión, en Polonia solo teníamos atropellos y revoluciones. Hasta el día de la partida, nos pedían que les escribamos para enterarlos de todo ese nuevo mundo que íbamos a buscar.”

“A mi padre le costó mucho reunir el dinero para los pasajes y conseguir la autorización para salir de Polonia, pero finalmente en 1924 lo logró. Yo tenía 11 años. Juntamos nuestras pocas pertenencias y partimos en tren para Italia, para embarcar en el Puerto de Trieste para un largo viaje. Éramos mis padres, tres hermanas, tres hermanos y yo. El viaje duró más de un mes y la única diversión era jugar con cuatro canarios que había traído mi padre.”

“Al llegar al Puerto de Buenos Aires nos ubicaron en la Migración 810. Eran galpones en donde instalaban a los inmigrantes recién llegados para registrarlos, poner las cosas en regla y darles el destino. El nuestro era Moisés Ville y así fue que al octavo día, nos dieron los pasajes gratuitos para el tren y partimos.”

“Los Wojtyla también hacían planes para marcharse de Polonia y tenían algunas referencias de Argentina. Quizás si mis padres les hubiesen escrito hubieran venido a este país, o tal vez a Moisés Ville mismo. Pero las cosas no nos fueron bien al principio. El hambre era una amenaza constante y demasiadas penurias estábamos pasando nosotros, como para incitar a los Wojtyla a seguir nuestros pasos.”

“En esos años, por la diversidad de idiomas era muy difícil entendernos en la Colonia de Moisés Ville. Conseguir trabajo era casi imposible, no lográbamos ponernos de acuerdo. Con mi padre recorríamos los campos ofreciendo nuestro trabajo como talabarteros y las primeras y necesarias palabras que aprendimos del castellano fueron “pan, agua y trabajo”. Y así, de a poco, con mucha paciencia y sacrificio fuimos afianzándonos, consiguiendo trabajo y escapándole a la pobreza.”

“El día que partimos de Wadowice fue lo último que supimos de los Wojtyla, hasta que apareció  Karol convertido en Papa. Cuando lo supe, no se puede imaginar lo que sentí; fue como volver a vivir aquellos tiempos en Polonia.”

Aaron creció en su nueva patria, se familiarizó con la lengua, conoció a Raquel, vio nacer a sus hijos y trabajó duro cada día, todos los días. A excepción de aquel viernes 11 de junio de 1982, cuando volvió a ser un niño pescando con amigos bajo el puente de Wadowice.

(Gracias señora Hilda Zamory del Museo Histórico Comunal de Moisés Ville, por toda la colaboración brindada)

Fuente: http://historiasporcontar.com/11-de-junio-de-1982-un-dia-tres-lugares-tres-historias/

4 comentarios en “Aarón y el papa – artesanos de la paz”

  1. Sabine Segoviano Rosenblum

    Saludos a Arminio Seiferheld desde Alemania. En setiembre del 2016 me invitó a probar kamish broit en Moisés Ville.
    Y también muchos saludos a las simpáticas chicas que trabajan en y para el museo.
    Esta es una historia emocionante que me gustaría divulgar entre mis colegas y estudiantes de la Universidad Popular (VHS) de Stuttgart.

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